El Guadalquivir nace en Cazorla, desde donde baja hacia el Atlántico para dejar de ser río en Sanlúcar de Barrameda.

La mayor parte de su curso es por terreno llano y amable. A ese recorrido se le denomina Depresión del Guadalquivir.

Hubo un tiempo en el que el océano se adentraba hasta donde hoy se alza la Giralda. Pero, poco a poco, siglo a siglo, el golfo dejó de serlo y se convirtió primero en una laguna y con el tiempo, la laguna se convirtió en un río.

Así, la zona que hoy es Sevilla se fue alejando de la mar. Pero sólo en millas náuticas, porque nuestra ciudad siempre ha sido puerto de la mar océana, y ha mantenido latente una nostalgia del océano.

El río Guadalquivir es una calle de Sevilla, es la avenida que la lleva directamente a todos los mares del mundo. Según una crónica, escrita por Herodoto:

«Una nave fenicia de Samos, comandada por Coleo se dirigía a una expedición rutinaria hacia Egipto, cuando una tormenta los desvió y los llevó más allá de las columnas de Hércules, más allá de Gibraltar. Era una zona poco conocida y temida, porque era salir del Mediterráneo y aventurarse en el océano, habitado por monstruos, para el que además aquellas naves no estaban preparadas. Después de amainar se encontraron en unas desconocidas playas de arenas doradas, desde las que se veían unos árboles frondosos y bellísimos. Habían llegado a Sevilla. Pero todavía no lo sabían. Porque eran ellos los que la tenían que fundar.»

Tartesos, fenicios, romanos, visigodos, árabes … El asentamiento pasó de villorrio a ciudad amurallada; y la importancia del río como nudo de comunicaciones fue continuamente en aumento.

 

un río poderoso

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